Fascinar, fascinarse
He aquí la vida de los bruxos.
La fascinación es un estado de excitación, no necesariamente vinculada a lo carnal, aunque suele ir acompañada de ello, sino principalmente mental.
El ser fascinato se abandona a la perplejidad, desactivando los mecanismos de defensa y entregándose a la otredad, esa otredad que puede ser guiada o dirigida.
Así, el ser fascinado se vuelve fácilmente manejable, su mente es como una esponja que todo lo absorbe y que se somete en obediencia al autor de su perplejidad.
No es extraño lo que digo, porque así funcionan tanto la música como los rituales, y qué decir de los rituales con música, si no son el summum de la fascinación.
Muchos cultos siguen un orden ritual por el cual se imponen mandatos.
Este orden, que comienza con música, sigue con un discurso moral y concluye nuevamente con música, es el equivalente fascinatorio a abrir un cerebro, llenarlo de mandatos de obediencia y cerrarlo una vez más.
Si este rito se repite de forma regular, será la misma habitualidad quien haga el trabajo, pues la mente acude como sierva a la misma hora, dispuesta a ser llena de obediencias.
En el estado de fascinación se produce la memética, esta relación por la que verdaderos bultos de memoria, experiencias y hasta conocimiento se transmiten de un humano a otro, de un humano a una tribu o grupo o desde la tribu al individuo
La fascinación no conoce límites en este sentido, pues no importa la energía destinada a transmitir a uno, diez o cien; en el estado de fascinación es la mente de cada individuo la que demanda novedad.
La fascinación nace directamente de la lógica paradoxal, esa que fue rechazada con fuerza por la lógica clásica, incluso por el mismo Aristóteles, y que es la tercera excluida.
La lógica paradoxal es intrínsecamente fascinante, pues logra capturar la atención.
Fascinación y atención van de la mano: captar la atención es fascinar, fascinar es captar la atención.
Por supuesto, llamar la atención y capturarla son fenómenos distintos. El sujeto está donde está su atención. El humano que primero entrega su atención generalmente se asegura de no estar indefenso, pero luego se abandona a su estado, es decir, se deshace temporalmente de su cuerpo físico.
Así, su mente se convierte en otra mente: colectiva, grupal, tribal, esotérica; y con ello actúa conforme a otro cuerpo y otra mente.
Finalizada la fascinación, regresa a su cuerpo físico.
Naturalmente, esto no es advertido de manera explícita, pues por lo general queda simplemente como una experiencia excitante. El humano no toma conciencia (o toma poca) de lo que ha sucedido, porque en realidad no ha sido el individuo quien ha vivido eso, sino que es el individuo quien ha sido vivido por la mente trascendente.