domingo, 21 de agosto de 2016

La magia de las palabras.

He escuchado en algun lado que el lenguaje solo comunica, que carece de capacidad de operar y transformar aspectos de la mente profunda. Aqui va lo que pienso.

El lenguaje comunicado, hablado, transmitido tiene, como la música, muchos y diversos componentes: ritmo, 'color', movimiento, espacios, autor, regionalismos, localismos y varias otras cosas.
Me quedo tan solo con eso, aunque se podrian decir muchas, para comparar el lenguaje con la música y equiparar sus efectos sobre la mente.

Las palabras, cada palabra elegida, tiene una carga simbólica de la cual solo una fracción es la que comunica, mientras el resto conforma el metamensaje o lo que se dice sin querer decirlo y opera directamente sobre lo subjetivo o lo sensible de la comunicación.

Luego, hay componentes particulares del lenguaje, yo he hablado en otra oportunidad sobre los palabras paradójicas (inifintud, eternidad, absolutos) y su uso en el lenguaje religioso, por el hecho de que provocan cierto estado de excitación.

Es decir, las palabras transmiten mucho más que lo que se quiere decir y lo que no se interpeta conscientemente se interpeta sensible y subjetivamente y afecta directamente al ánimo, a la excitación o a los sentimientos del receptor.

Luego esta la funcionalidad.
Un líder político usará palabras de fuerza, palabras que se puedan memorizar facilmente o reproducir en arengas.
Un líder deportivo probablemente buscará palabras que refuercen la autoestima.
Un filósofo debería de alguna forma administrar su glosario para distintos fines y contextos.
Un líder religioso usa generalmente paradojas, palabras sobre infinitud, trascendencia, conciencia, etc.

Cuano se piensa en lo que se dice es bueno pensar en la forma, en pensarlo en términos de totalidad, en el como lo pueden tomar los distintos receptores segun un contexto.

Porque la palabra no es solo su significado, son sus evocaciones, sus invocaciones, sus representaciones simbolicas, su permeabilidad y su capacidad de incorporarse al lenguaje del oyente.

Las Hordas Espectrales

Desde tiempos inmemoriales los brujos y brujas han invocado todo tipo de entidades para sus tareas: deidades, muertos, espiritus animales, vegetales y toda clase de entidades infra y supra mundanas.
Del mismo modo, desde que los brujos son brujos y las brujas son brujas, se sabe que una cuestión importante es, una vez realizados los trabajos, artes, magias o hechizos cada cosa debe volverse a su lugar, los portales abiertos se deben cerrar, los espiritus invocados deben retornar a donde pertenecen y se debe agradecer a las deidades por las fuerzas prestadas.

Eso, para un bruj@ responsable, debiera ser así de manual, desde el "vamos", pero realmente en la antigüedad ni brujos ni brujas eran personas destacadas por su responsabilidad, ni mucho menos por su prolijidad o conciencia 'social' (en toda sus dimensiones), de modo que a lo largo de los años, y como fruto de trabajos mal cerrados o sin terminar, los brujos y brujas se rodeaban de todas las entidades que no habían sido devueltas a sus espacios de origen, que con el paso de los años podían ser realmente muchas.

Sumado a eso, no todas las entidades querían retornar luego de ser invocadas, algunas decidían quedarse, otras veces los artífices de las brujerías se pegaban tremendas borracheras y luego ni siquiera recordaban que habían hecho, que portal habían abierto o cual debían cerrar. Hubo ocasiones, no pocas, en que l@s mism@s bruj@s entrampaban a las animas para impedirles el retorno y así esclavizar sus fuerzas.
Sea como fuere, con el paso de los años cada brujo tenía para si su propia horda espectral, las supo haber inmensas, de cientos o hasta miles y eran verdaderas formaciones de temer.
En general nadie las podía ver, solo algunos parroquianos recien confesos, las personas prontas a morir, algunos niños o simplemente cuando las mismas hordas decidían mostrarse a alguien, sea para generar temor o para divertirse.

Pese a ello el paso del brujo o la bruja por ciertos parajes se hacía notar por los efectos que provocaba su horda, signos visibles y evidentes como por ejemplo el atraso en la parición de los animales, dado ningun ser vivo quería generar vida nueva tras el paso de la horda, atrasos en la maduración de las frutas o siembras caídas. Pero tal vez lo mas llamativo era lo que sucedía a los canes, estos simplemente morían de tristeza, tras el paso del brujo o la bruja uno los podía ver bajar la mirada, reclinarse apoyando el menton sobre sus patas delanteras y allí simplemente se dejaban morir.
Por supuesto que con el transcurso de los siglos muchas cosas cambiaron, entre ello la brujería con sus brujos y brujas, entonces estos se hicieron mucho mas humanos y mas preocupados por su don de buenagente; también con ello cambiaron las hordas, inevitables siempre porque nadie logra ser tan prolijo a lo largo de una vida, pasaron de ser formaciones terroríficas para transformarse en grupetes caracterizados por la propia personalidad del brujo o la bruja; así fue que las hubo de terror, pero también las hubo muy divertidas o muy solidarias.

Conocida fue la horda de un famoso brujo herborista, del que se cuenta que cada vez que salía a recoger sus hierbas a la campaña, parte de su horda se adelantaba para pedir permiso a las plantas y la otra parte se detenía luego a darles las gracias. Así el herbario obtenía para si las mejores hojas, tallos y raíces.
Pasados los siglos las hordas espectrales pasaron de ser un ejercito del terror a ser una especie de fraternidad espectral cuyas manifestaciones en el mundo real apenas eran visibles, y cuya única función radicaba en ayudar a la bruja y al brujo y, de vez en cuando, asustar algún peregrino.
Sobre esto último es la anécdota que voy a contar y que me sucedió cuando era mucho mas joven.
Sabido es que en los pueblos las doñas salen a barrer a la vereda, no por necesidad o por suciedad, sino cada vez que hay algo que chusmear, vale decir, cada vez que otro vecino sale a la calle. Así, cuando en las trazas de un pueblo no anda un alma y uno camina en la soledad de las calles vacías, no falta aquella doña que, aun pasada la medianoche, recordó que debe salir a barrer su vereda y, como quien no quiere la cosa, mirar quien anda.

Así que en la nocturnidad pueblerina nos cruzamos una vez mi alma y la doña con su escoba, a quien atiné a mirar por respeto y cortesía para brindarle mis saludos, solo que apenas la miré a la cara la note blanquecina de miedo y persignándose repetidas veces como quien se olvido de dejar de persignarse (obviamente no me respondio el saludo). Allí me di cuenta que algunas cosas extrañas estaba generando, pero no fue sino hasta el suceso de la aldea que tomé conciencia de que tenía mi propia horda.

Aquel sábado uno de los pocos amigos que tenía me invito a ir a la aldea a tratar de hacer amistad con chicas de allí, la aldea era una antigua colonia de alemanes distante unos 15 kilometros de mi pueblo. Acepté aunque tenía claro que mi parquedad poco ayudaría, pero en fin, acepté.
Llegada la noche debíamos volver, pero el ultimo omnibus jamás pasó y encima se avecinaba una tormenta, así que, en parte a desgano pero en parte estimulados por la aventura decidimos deshacer caminando los 15 kilometros de vuelta al pueblo, lo que suponía cerca de tres horas y media de caminata en medio de la noche y en medio de una ruta vacía.

Emprendimos el regreso empujados un poco por una tormenta eléctrica que estallaba en fogonazos enmarañados entre las nubes, con mi amigo hablamos de todo un poco hasta que ya sin temas pasamos al silencio, yo caminaba sobre uno de los lados del esfalto y el sobre el otro lado.
Pasado un rato y a la luz de un fogonazo celestial logro ver que me mira con cara desfigurada y echa a correr, tras lo cual comienzo a gritarle que se detenga, miré a los lados pensando que algún animal nos estaría siguiendo pero no había nada.

Mientras el se mantenía a una distancia de unos cincuenta metros le pedía que se acerque porque no entendía que estaba pasando, al cabo de unos minutos y tras muchas insistencias aceptó acercarse y solo alcanzó a balbucear que,a la luz del rayo, me había visto a mi y a otras personas caminando detrás mío.

Apuramos el paso y permanecimos en silencio hasta llegar al pueblo donde cada uno se fue a su casa, no sentía miedo, mas bien sentía algo de culpa porque sabía que lo sucedido, aunque indeseado, tenía que ver conmigo. En verdad, para ser francos, también sentí en el fondo un algo de satisfacción, por lo que entendí un guiño hacia mi desde el mas alla. Tal vez, en definitiva, sentí mas satisfacción que culpa. Aunque realmente no fue culpa mía, no se si quedaría feo decir que realmente me causó satisfacción. En fin, esas cosas sucedieron.

lunes, 15 de agosto de 2016

Conjuro contra tormentas.

Espíritu del viento
    no se duerma aquí

que hay tres cabezas de nubes bajas

una de trueno, otra de rayos

y otra de malos espantos.

Enlaza y llevalas a Santa Espina

donde no canta gallo ni gallina

ni hay sangre de ser que viva.

Buenos caminadores

"Buenos camindadores"...ello significa Benandant.
Culto antigo del Friuli.

Caminador, no por el caminar mismo.
Sino porque es largo su camino a casa.
La que solo encuentra en la muerte.

Sin embargo no entenderás la forma en que un Benandant entiende la muerte.
No creas que desea morir.
Vida y muerte son inseparables, y un Benandant entra y sale de ellas como cualquier niño de su hogar.
Aunque tu no la ves, un Benandant camina siempre sobre la frontera entre este y el otro mundo.

De noche o de día, como un humano o como un espíritu...o como un animal.


Un Benandant ve cosas que no verías:
Espíritus, demonios, angeles y dioses
Todos ellos aparecen desnudos ante él.
Nada se esconde, ni las oscuras intenciones.

Un benandant transita las noches
tus noches
y en plenilunio se enamora de aquel espíritu blanco y nocturno.
No querrás oirlo cantándole a la luna.
Porque a oídos del mortal solo llegan aullidos desgarradores.

Un Benandant solo quier ser normal,
como todos desea ser querido, o al menos bien tratado.
Ser bueno a los ojos de la gente y curar el mal.

De día ni siquiera sabes quien es un Benandant.
Y considera impostor aquel que se ufane de ser tal.

Manso y bonachón o grotesco y ruidoso, afable o silencioso,
tantos de ellos pasados por la inquisición
dejaron una estigma.

Solo, pidele un favor, que sane tus siembras o un familiar.
Gustosa y secretamente pronunciará su rito y,
si entrecierras los ojos,
Verás tras de él a la infinita carvana de espectros.
Antiguos Benandants a quienes eternamente llevará consigo.