En el corazón de la caverna, iluminada solo por el fuego de una lámpara de aceite, dos viejos brujos se sientan frente a un cuenco de mercurio líquido. Sus túnicas están raídas, sus ojos cargados de siglos de conocimiento.
Azrael:
Mira el mercurio, Nehushtan. Observa su danzar. Nunca es quieto, nunca es fijo, siempre deslizándose, fragmentándose, reuniéndose. ¿No es esta la naturaleza de lo regular?
Nehushtan:
Lo es, hermano. Lo regular es como la serpiente que muda de piel, como la luna que crece y mengua. Es aquello que se da cada otra vez, que se extingue y renace en su propio ciclo.
Azrael:
Pero dime, ¿y si el mercurio no fluctuara, si permaneciera en un solo estado, indiviso e inmutable?
Nehushtan:
Entonces sería el espejo sin reflejo, el ojo que no ve. Sería lo singular, aquello que no tiene alteración, que no sufre corte ni intervalo.
Azrael:
Y sin embargo, lo singular tampoco puede conocerse a sí mismo. Como el sol que nunca se pone y, por ello, no conoce la sombra. Como el fuego que jamás se apaga y por ello no sabe que arde.
Nehushtan:
Ni lo singular puede medirse a sí mismo, pues no tiene partes, ni lo regular puede medirse a sí mismo, pues nunca es continuo.
(Los dos ancianos lanzan una pizca de polvo negro al cuenco de mercurio, y el líquido vibra, oscureciéndose.)
Azrael:
Lo regular y lo singular… Dos caminos del mismo enigma. Pero dime, Nehushtan, ¿qué hay antes de ellos? ¿Cuál es su origen?
Nehushtan:
Antes de todo está la istencia. No es lo regular, pues no se alterna. No es lo singular, pues no es algo. Es el umbral donde ambos nacen, pero no es ni uno ni otro.
Azrael:
Entonces la existencia no es más que la istencia alterada. No algo nuevo, sino la irrupción de una distinción, la herida de lo otro.
Nehushtan:
Así es. La existencia es el reflejo de lo que no tiene reflejo. Es la luz que solo surge al encontrarse con la sombra.
Azrael:
Y esta sombra… ¿no es la negación misma?
Nehushtan:
Es el sello oculto, el jeroglífico de lo eterno. La negación no anula la istencia, la altera. La existencia es la herida de lo que fue uno.
(Azrael sumerge un dedo en el mercurio y dibuja un círculo en la roca.)
Azrael:
Así, el círculo es lo singular, la línea ininterrumpida. Pero la existencia es la grieta en el círculo, la rotura que introduce el otro.
Nehushtan:
Y es en esa grieta donde habita el misterio.
(El mercurio en el cuenco se aquieta, reflejando por un instante sus rostros envejecidos. Luego, una vibración imperceptible lo rompe de nuevo en danzantes fragmentos.)