No es lo mismo el yugo que el velo,
ni el hierro alado que el viento errante;
uno es senda, pacto y anhelo,
otro es sombra, danza inconstante.
La fe es estandarte en guerra,
juramento al alba en el monte escueto,
sigilo de mármol que el alma aferra,
aun cuando el cielo parezca muerto.
No arde su lumbre en fuegos dorados,
ni embriaga su verbo con miel de ensueño;
es un lazo de honor, un paso sagrado,
firme aunque el mundo se torne pequeño.
Mas el mito es flor de rocío y mirto,
un eco que flota en el alba incierta,
su gozo es fulgor, su llama un grito,
que en fiebre se alza y en sombra despierta.
Susurra el mito con voz de sirena,
traza en el cielo portentos de humo,
y el hombre lo sigue, con alma ajena,
pues dulce es su arrullo, fugaz su rumbo.
La fe es arado, sudor y espera,
raíz que se hunde en la tierra oscura;
el mito es vino de copa ligera,
que embriaga la mente, mas no perdura.
Uno es deber, su pacto eterno,
el otro es sueño que al alba huye.
Mas bienaventurado aquel que discierne
cuándo ser roca y cuándo ser nube.