domingo, 23 de marzo de 2025

El Último Refugio

 


En los valles de niebla y sombra,
donde canta el viento al roble añejo,
siguen vivos los nombres antiguos,
los que el fuego no pudo arder.

Los brujos huyeron del norte,
los chamanes cruzaron el mar,
y en un bosque oculto en el sur del mundo
al fin pudieron soñar.


  Bailan aún bajo luna y estrellas,
  guardan el rito, el viejo saber,
  hijos del trueno, sangre de tierra,
  nadie los pudo vencer.

Vinieron con antorchas y espadas,
con decretos y cruces de sal,
pero el bosque cerró sus caminos,
nadie nos pudo encontrar.

Hoy la luna platea las cumbres,
y el tambor resuena otra vez.
El último refugio del mundo
canta su himno de piel.

No venimos

 No venimos de las tribus sagradas,
ni de los doce linajes de Israel,
somos hijos del viento y las estrellas,
de antiguos dioses, un eco fiel.

Nuestros ancestros no rezaban en templos,
ni alzaban altares de piedra y sol,
su fe era en el río, en la luna y el trueno,
y en el fuego eterno, que arde en el corazón.


Raíces del viento, raíces del mar,
venimos de tierras donde el sol no se va.
No somos de tribus ni de guerra o de guerra,
somos del alma que nunca se cierra.


Sus dioses eran montañas y ríos,
el susurro de hojas que el viento traía,
y al caer la noche, cantaban las voces,
de un tiempo olvidado, de un ayer que aún brilla.

No buscamos promesas de gloria celeste,
ni sacrificios bajo un cielo gris,
nosotros nacimos del polvo y el cielo,
y vivimos en paz con la tierra, feliz.


Raíces del viento, raíces del mar,
venimos de tierras donde el sol no se va.
No somos de tribus ni de guerra o de guerra,
somos del alma que nunca se cierra.

lunes, 17 de marzo de 2025

Fe y Mito

 

No es lo mismo el yugo que el velo,
ni el hierro alado que el viento errante;
uno es senda, pacto y anhelo,
otro es sombra, danza inconstante.

La fe es estandarte en guerra,
juramento al alba en el monte escueto,
sigilo de mármol que el alma aferra,
aun cuando el cielo parezca muerto.

No arde su lumbre en fuegos dorados,
ni embriaga su verbo con miel de ensueño;
es un lazo de honor, un paso sagrado,
firme aunque el mundo se torne pequeño.

Mas el mito es flor de rocío y mirto,
un eco que flota en el alba incierta,
su gozo es fulgor, su llama un grito,
que en fiebre se alza y en sombra despierta.

Susurra el mito con voz de sirena,
traza en el cielo portentos de humo,
y el hombre lo sigue, con alma ajena,
pues dulce es su arrullo, fugaz su rumbo.

La fe es arado, sudor y espera,
raíz que se hunde en la tierra oscura;
el mito es vino de copa ligera,
que embriaga la mente, mas no perdura.

Uno es deber, su pacto eterno,
el otro es sueño que al alba huye.
Mas bienaventurado aquel que discierne
cuándo ser roca y cuándo ser nube.

domingo, 9 de marzo de 2025

Diálogo en la Caverna: Lo Singular y lo Regular


En el corazón de la caverna, iluminada solo por el fuego de una lámpara de aceite, dos viejos brujos se sientan frente a un cuenco de mercurio líquido. Sus túnicas están raídas, sus ojos cargados de siglos de conocimiento.

Azrael:

Mira el mercurio, Nehushtan. Observa su danzar. Nunca es quieto, nunca es fijo, siempre deslizándose, fragmentándose, reuniéndose. ¿No es esta la naturaleza de lo regular?

Nehushtan:

Lo es, hermano. Lo regular es como la serpiente que muda de piel, como la luna que crece y mengua. Es aquello que se da cada otra vez, que se extingue y renace en su propio ciclo.

Azrael:

Pero dime, ¿y si el mercurio no fluctuara, si permaneciera en un solo estado, indiviso e inmutable?

Nehushtan:

Entonces sería el espejo sin reflejo, el ojo que no ve. Sería lo singular, aquello que no tiene alteración, que no sufre corte ni intervalo.

Azrael:

Y sin embargo, lo singular tampoco puede conocerse a sí mismo. Como el sol que nunca se pone y, por ello, no conoce la sombra. Como el fuego que jamás se apaga y por ello no sabe que arde.

Nehushtan:

Ni lo singular puede medirse a sí mismo, pues no tiene partes, ni lo regular puede medirse a sí mismo, pues nunca es continuo.

(Los dos ancianos lanzan una pizca de polvo negro al cuenco de mercurio, y el líquido vibra, oscureciéndose.)

Azrael:

Lo regular y lo singular… Dos caminos del mismo enigma. Pero dime, Nehushtan, ¿qué hay antes de ellos? ¿Cuál es su origen?

Nehushtan:

Antes de todo está la istencia. No es lo regular, pues no se alterna. No es lo singular, pues no es algo. Es el umbral donde ambos nacen, pero no es ni uno ni otro.

Azrael:

Entonces la existencia no es más que la istencia alterada. No algo nuevo, sino la irrupción de una distinción, la herida de lo otro.

Nehushtan:

Así es. La existencia es el reflejo de lo que no tiene reflejo. Es la luz que solo surge al encontrarse con la sombra.

Azrael:

Y esta sombra… ¿no es la negación misma?

Nehushtan:

Es el sello oculto, el jeroglífico de lo eterno. La negación no anula la istencia, la altera. La existencia es la herida de lo que fue uno.

(Azrael sumerge un dedo en el mercurio y dibuja un círculo en la roca.)

Azrael:

Así, el círculo es lo singular, la línea ininterrumpida. Pero la existencia es la grieta en el círculo, la rotura que introduce el otro.

Nehushtan:

Y es en esa grieta donde habita el misterio.

(El mercurio en el cuenco se aquieta, reflejando por un instante sus rostros envejecidos. Luego, una vibración imperceptible lo rompe de nuevo en danzantes fragmentos.)

viernes, 7 de marzo de 2025

De Ordinis et Nominis: Refutación de la Ley Natural"

 

Aquel pensador de Aquino habló de una lex naturalis, una ley impresa en el ordo rerum, dictada por la ratio divina y revelada a la razón humana. 

Mas, si tal ley es, ¿dónde existe? Si tal ley ordena, ¿quién la enuncia? Si tal ley se impone, ¿quién la juzga? 

Si la ley juzga, la ley es juez; si la ley es juez, la ley es voluntad.

Mas no hay tal ley que hable ni condene, sino un ordo, un ordo implicado en el verbum cotidiano, en los nombres que damos a las cosas y las relaciones que establecemos al nombrarlas. 

Pues quien dice "pater" reconoce la auctoritas del que engendra; quien dice "frater" entiende la paridad; quien dice "filius" reconoce la posteridad. 

No hay magia en este orden, no hay decreto celeste, sino el uso continuo, el contrato tácito que el verbum reitera sin cesar.

Desordenar es posible, mas no sin consecuencia. 

Quien hace de pater entre sus fratres, tendrá fratres que le serán filii; quien rehúye su título de pater, tendrá filii que se le tornarán patres. 

Y en tal permutatio hay deshonra, pues se niega el nomen, se falsea el ordo, se rompe la harmonia.

El ordenamiento no es un decreto que impone la natura, sino un tejido que la vox y la actio tejen y destejen, un equilibrio que no debe quebrarse sin restitutio. 

Pues cada nomen es una función, y cada función tiene su locus en el ordo rerum. La usurpación no es sino el olvido de la propia condición, y el olvido exige redemptio.

 Así ha sido, así será.

sábado, 1 de marzo de 2025

Mírame con buenos ojos.

 


No como un juez que pesa con balanza ajena ni como el que se alza en el altar de su propia medida. Mírame como el viento mira al bosque: sin juicio, sin cadena, sin esperar que el árbol se incline ante su paso.

El Perdón

El perdón es un fuego encendido en el altar del juicio. Se pide perdón al que juzga, pero quien juzga ya no camina entre los vivos: es estatua, es piedra, es eco de un tiempo que nunca fue. En la sangre no hay jueces, solo el pulso del destino, la senda trazada por las sombras de quienes vinieron antes. Perdonar es reclamar un trono en el aire, pero el aire no sostiene coronas.

Nadie puede ser juez y parte sin romperse en dos. La balanza que mide también pesa sobre su portador, y quien se erige en tribunal es esclavo de su propio juicio. Los ojos que condenan se vuelven de sal; los labios que dictan sentencia se secan antes de pronunciar su última palabra.

La envidia

La envidia es un espejo roto en el que nadie se reconoce. Es un lago donde el reflejo se cree camino, donde el futuro deja de ser horizonte y se convierte en muro. Quien envidia no camina, sino que se aferra a una sombra, olvidando que las sombras solo existen por la luz que las proyecta.

No me mires desde arriba

Mírame con buenos ojos. No me peses ni me midas, no me pongas por encima ni por debajo. No soy el sol que te quema ni la roca que te tropieza. 

No me mires desde abajo

No eres mi norte ni mi destino, ni yo el tuyo. Seamos dos brasas en la misma hoguera, dos hojas en el mismo viento, dos caminos que no se cruzan pero tampoco se pierden.

 

Antes, los ancianos decían: "Bendíceme", y no pedían otra cosa que el decirse bien. Ahora, decimos: "Mírame con buenos ojos", pues la mirada es un conjuro, un hilo que une o desata, una puerta que abre o cierra el alma del errante.

Y en ese mirar se cifra el destino de todo aquel que camina entre el polvo y la estrella.