La religión promete el cielo al hombre que cumple los mandatos.
Pero el creyente parece que sufre porque ese cielo, adonde van sus muertos, es infinitamente inaccesible.
Así que el premio al muerto más parece un castigo al vivo.
Yo
hablo como humano y los humanos vivos nos comunicamos con los humanos
muertos desde el principio de la humanidad, antes de que las religiones
se inventaran cielos de premio e infiernos de castigo.
Me da tristeza ver que el 'cielo prometido' sea un castigo perfecto, porque a la final penan más los vivos que los muertos.
Cuando
un humano amado muere yo muero un poco con él y él vive un poco
conmigo, porque el amor es una realidad sobrenatural que nos contiene a
ambos, es nuestro propio 'cielo' donde estar juntos.