domingo, 21 de agosto de 2016

Las Hordas Espectrales

Desde tiempos inmemoriales los brujos y brujas han invocado todo tipo de entidades para sus tareas: deidades, muertos, espiritus animales, vegetales y toda clase de entidades infra y supra mundanas.
Del mismo modo, desde que los brujos son brujos y las brujas son brujas, se sabe que una cuestión importante es, una vez realizados los trabajos, artes, magias o hechizos cada cosa debe volverse a su lugar, los portales abiertos se deben cerrar, los espiritus invocados deben retornar a donde pertenecen y se debe agradecer a las deidades por las fuerzas prestadas.

Eso, para un bruj@ responsable, debiera ser así de manual, desde el "vamos", pero realmente en la antigüedad ni brujos ni brujas eran personas destacadas por su responsabilidad, ni mucho menos por su prolijidad o conciencia 'social' (en toda sus dimensiones), de modo que a lo largo de los años, y como fruto de trabajos mal cerrados o sin terminar, los brujos y brujas se rodeaban de todas las entidades que no habían sido devueltas a sus espacios de origen, que con el paso de los años podían ser realmente muchas.

Sumado a eso, no todas las entidades querían retornar luego de ser invocadas, algunas decidían quedarse, otras veces los artífices de las brujerías se pegaban tremendas borracheras y luego ni siquiera recordaban que habían hecho, que portal habían abierto o cual debían cerrar. Hubo ocasiones, no pocas, en que l@s mism@s bruj@s entrampaban a las animas para impedirles el retorno y así esclavizar sus fuerzas.
Sea como fuere, con el paso de los años cada brujo tenía para si su propia horda espectral, las supo haber inmensas, de cientos o hasta miles y eran verdaderas formaciones de temer.
En general nadie las podía ver, solo algunos parroquianos recien confesos, las personas prontas a morir, algunos niños o simplemente cuando las mismas hordas decidían mostrarse a alguien, sea para generar temor o para divertirse.

Pese a ello el paso del brujo o la bruja por ciertos parajes se hacía notar por los efectos que provocaba su horda, signos visibles y evidentes como por ejemplo el atraso en la parición de los animales, dado ningun ser vivo quería generar vida nueva tras el paso de la horda, atrasos en la maduración de las frutas o siembras caídas. Pero tal vez lo mas llamativo era lo que sucedía a los canes, estos simplemente morían de tristeza, tras el paso del brujo o la bruja uno los podía ver bajar la mirada, reclinarse apoyando el menton sobre sus patas delanteras y allí simplemente se dejaban morir.
Por supuesto que con el transcurso de los siglos muchas cosas cambiaron, entre ello la brujería con sus brujos y brujas, entonces estos se hicieron mucho mas humanos y mas preocupados por su don de buenagente; también con ello cambiaron las hordas, inevitables siempre porque nadie logra ser tan prolijo a lo largo de una vida, pasaron de ser formaciones terroríficas para transformarse en grupetes caracterizados por la propia personalidad del brujo o la bruja; así fue que las hubo de terror, pero también las hubo muy divertidas o muy solidarias.

Conocida fue la horda de un famoso brujo herborista, del que se cuenta que cada vez que salía a recoger sus hierbas a la campaña, parte de su horda se adelantaba para pedir permiso a las plantas y la otra parte se detenía luego a darles las gracias. Así el herbario obtenía para si las mejores hojas, tallos y raíces.
Pasados los siglos las hordas espectrales pasaron de ser un ejercito del terror a ser una especie de fraternidad espectral cuyas manifestaciones en el mundo real apenas eran visibles, y cuya única función radicaba en ayudar a la bruja y al brujo y, de vez en cuando, asustar algún peregrino.
Sobre esto último es la anécdota que voy a contar y que me sucedió cuando era mucho mas joven.
Sabido es que en los pueblos las doñas salen a barrer a la vereda, no por necesidad o por suciedad, sino cada vez que hay algo que chusmear, vale decir, cada vez que otro vecino sale a la calle. Así, cuando en las trazas de un pueblo no anda un alma y uno camina en la soledad de las calles vacías, no falta aquella doña que, aun pasada la medianoche, recordó que debe salir a barrer su vereda y, como quien no quiere la cosa, mirar quien anda.

Así que en la nocturnidad pueblerina nos cruzamos una vez mi alma y la doña con su escoba, a quien atiné a mirar por respeto y cortesía para brindarle mis saludos, solo que apenas la miré a la cara la note blanquecina de miedo y persignándose repetidas veces como quien se olvido de dejar de persignarse (obviamente no me respondio el saludo). Allí me di cuenta que algunas cosas extrañas estaba generando, pero no fue sino hasta el suceso de la aldea que tomé conciencia de que tenía mi propia horda.

Aquel sábado uno de los pocos amigos que tenía me invito a ir a la aldea a tratar de hacer amistad con chicas de allí, la aldea era una antigua colonia de alemanes distante unos 15 kilometros de mi pueblo. Acepté aunque tenía claro que mi parquedad poco ayudaría, pero en fin, acepté.
Llegada la noche debíamos volver, pero el ultimo omnibus jamás pasó y encima se avecinaba una tormenta, así que, en parte a desgano pero en parte estimulados por la aventura decidimos deshacer caminando los 15 kilometros de vuelta al pueblo, lo que suponía cerca de tres horas y media de caminata en medio de la noche y en medio de una ruta vacía.

Emprendimos el regreso empujados un poco por una tormenta eléctrica que estallaba en fogonazos enmarañados entre las nubes, con mi amigo hablamos de todo un poco hasta que ya sin temas pasamos al silencio, yo caminaba sobre uno de los lados del esfalto y el sobre el otro lado.
Pasado un rato y a la luz de un fogonazo celestial logro ver que me mira con cara desfigurada y echa a correr, tras lo cual comienzo a gritarle que se detenga, miré a los lados pensando que algún animal nos estaría siguiendo pero no había nada.

Mientras el se mantenía a una distancia de unos cincuenta metros le pedía que se acerque porque no entendía que estaba pasando, al cabo de unos minutos y tras muchas insistencias aceptó acercarse y solo alcanzó a balbucear que,a la luz del rayo, me había visto a mi y a otras personas caminando detrás mío.

Apuramos el paso y permanecimos en silencio hasta llegar al pueblo donde cada uno se fue a su casa, no sentía miedo, mas bien sentía algo de culpa porque sabía que lo sucedido, aunque indeseado, tenía que ver conmigo. En verdad, para ser francos, también sentí en el fondo un algo de satisfacción, por lo que entendí un guiño hacia mi desde el mas alla. Tal vez, en definitiva, sentí mas satisfacción que culpa. Aunque realmente no fue culpa mía, no se si quedaría feo decir que realmente me causó satisfacción. En fin, esas cosas sucedieron.