Desde tiempos inmemoriales los brujos y
brujas han invocado todo tipo de entidades para sus tareas: deidades,
muertos, espiritus animales, vegetales y toda clase de entidades infra y
supra mundanas.
Del mismo modo, desde que los brujos son brujos y
las brujas son brujas, se sabe que una cuestión importante es, una vez
realizados los trabajos, artes, magias o hechizos cada cosa debe
volverse a su lugar, los portales abiertos se deben cerrar, los
espiritus invocados deben retornar a donde pertenecen y se debe
agradecer a las deidades por las fuerzas prestadas.
Eso, para un
bruj@ responsable, debiera ser así de manual, desde el "vamos", pero
realmente en la antigüedad ni brujos ni brujas eran personas destacadas
por su responsabilidad, ni mucho menos por su prolijidad o conciencia
'social' (en toda sus dimensiones), de modo que a lo largo de los años, y
como fruto de trabajos mal cerrados o sin terminar, los brujos y brujas
se rodeaban de todas las entidades que no habían sido devueltas a sus
espacios de origen, que con el paso de los años podían ser realmente
muchas.
Sumado a eso, no todas las entidades querían retornar
luego de ser invocadas, algunas decidían quedarse, otras veces los
artífices de las brujerías se pegaban tremendas borracheras y luego ni
siquiera recordaban que habían hecho, que portal habían abierto o cual
debían cerrar. Hubo ocasiones, no pocas, en que l@s mism@s bruj@s
entrampaban a las animas para impedirles el retorno y así esclavizar sus
fuerzas.
Sea como fuere, con el paso de los años cada brujo
tenía para si su propia horda espectral, las supo haber inmensas, de
cientos o hasta miles y eran verdaderas formaciones de temer.
En
general nadie las podía ver, solo algunos parroquianos recien confesos,
las personas prontas a morir, algunos niños o simplemente cuando las
mismas hordas decidían mostrarse a alguien, sea para generar temor o
para divertirse.
Pese a ello el paso del brujo o la bruja por
ciertos parajes se hacía notar por los efectos que provocaba su horda,
signos visibles y evidentes como por ejemplo el atraso en la parición
de los animales, dado ningun ser vivo quería generar vida nueva tras el
paso de la horda, atrasos en la maduración de las frutas o siembras
caídas. Pero tal vez lo mas llamativo era lo que sucedía a los canes,
estos simplemente morían de tristeza, tras el paso del brujo o la bruja
uno los podía ver bajar la mirada, reclinarse apoyando el menton sobre
sus patas delanteras y allí simplemente se dejaban morir.
Por
supuesto que con el transcurso de los siglos muchas cosas cambiaron,
entre ello la brujería con sus brujos y brujas, entonces estos se
hicieron mucho mas humanos y mas preocupados por su don de buenagente;
también con ello cambiaron las hordas, inevitables siempre porque nadie
logra ser tan prolijo a lo largo de una vida, pasaron de ser formaciones
terroríficas para transformarse en grupetes caracterizados por la
propia personalidad del brujo o la bruja; así fue que las hubo de
terror, pero también las hubo muy divertidas o muy solidarias.
Conocida fue la horda de un famoso brujo herborista, del que se cuenta
que cada vez que salía a recoger sus hierbas a la campaña, parte de su
horda se adelantaba para pedir permiso a las plantas y la otra parte se
detenía luego a darles las gracias. Así el herbario obtenía para si las
mejores hojas, tallos y raíces.
Pasados los siglos las hordas
espectrales pasaron de ser un ejercito del terror a ser una especie de
fraternidad espectral cuyas manifestaciones en el mundo real apenas eran
visibles, y cuya única función radicaba en ayudar a la bruja y al brujo
y, de vez en cuando, asustar algún peregrino.
Sobre esto último es la anécdota que voy a contar y que me sucedió cuando era mucho mas joven.
Sabido es que en los pueblos las doñas salen a barrer a la vereda, no
por necesidad o por suciedad, sino cada vez que hay algo que chusmear,
vale decir, cada vez que otro vecino sale a la calle. Así, cuando en las
trazas de un pueblo no anda un alma y uno camina en la soledad de las
calles vacías, no falta aquella doña que, aun pasada la medianoche,
recordó que debe salir a barrer su vereda y, como quien no quiere la
cosa, mirar quien anda.
Así que en la nocturnidad pueblerina nos
cruzamos una vez mi alma y la doña con su escoba, a quien atiné a mirar
por respeto y cortesía para brindarle mis saludos, solo que apenas la
miré a la cara la note blanquecina de miedo y persignándose repetidas
veces como quien se olvido de dejar de persignarse (obviamente no me
respondio el saludo). Allí me di cuenta que algunas cosas extrañas
estaba generando, pero no fue sino hasta el suceso de la aldea que tomé
conciencia de que tenía mi propia horda.
Aquel sábado uno de los
pocos amigos que tenía me invito a ir a la aldea a tratar de hacer
amistad con chicas de allí, la aldea era una antigua colonia de alemanes
distante unos 15 kilometros de mi pueblo. Acepté aunque tenía claro que
mi parquedad poco ayudaría, pero en fin, acepté.
Llegada la
noche debíamos volver, pero el ultimo omnibus jamás pasó y encima se
avecinaba una tormenta, así que, en parte a desgano pero en parte
estimulados por la aventura decidimos deshacer caminando los 15
kilometros de vuelta al pueblo, lo que suponía cerca de tres horas y
media de caminata en medio de la noche y en medio de una ruta vacía.
Emprendimos el regreso empujados un poco por una tormenta eléctrica que
estallaba en fogonazos enmarañados entre las nubes, con mi amigo
hablamos de todo un poco hasta que ya sin temas pasamos al silencio, yo
caminaba sobre uno de los lados del esfalto y el sobre el otro lado.
Pasado un rato y a la luz de un fogonazo celestial logro ver que me
mira con cara desfigurada y echa a correr, tras lo cual comienzo a
gritarle que se detenga, miré a los lados pensando que algún animal nos
estaría siguiendo pero no había nada.
Mientras el se mantenía a
una distancia de unos cincuenta metros le pedía que se acerque porque no
entendía que estaba pasando, al cabo de unos minutos y tras muchas
insistencias aceptó acercarse y solo alcanzó a balbucear que,a la luz
del rayo, me había visto a mi y a otras personas caminando detrás mío.
Apuramos el paso y permanecimos en silencio hasta llegar al pueblo
donde cada uno se fue a su casa, no sentía miedo, mas bien sentía algo
de culpa porque sabía que lo sucedido, aunque indeseado, tenía que ver
conmigo. En verdad, para ser francos, también sentí en el fondo un algo
de satisfacción, por lo que entendí un guiño hacia mi desde el mas alla.
Tal vez, en definitiva, sentí mas satisfacción que culpa. Aunque
realmente no fue culpa mía, no se si quedaría feo decir que realmente me
causó satisfacción. En fin, esas cosas sucedieron.